Rompan todo: la historia del rock en América Latina

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Pues ya está. De una tacada me clavé anoche ‘Rompan todo: la historia del rock en América Latina’ en Netflix. Hasta muy altas horas, no podía parar. Y ahora es viernes en la mañana y toca escuchar todo eso.

Para los despistados: se trata de una miniserie de seis episodios que repasa con premura siete décadas de rock en América Latina. Un ritmo frenético para una cantidad de información torrencial, con una cantidad de grabaciones de archivo brutal.

Por eso mola. Y también mola porque se le da un contexto político y social que es lo que hizo de todas estas canciones algo colectivo e inmortal. No nacieron en medio de la nada. Por eso el rock es más que solo música, quizás en América Latina más que en ninguna otra latitud.

Y mola porque estamos tan acostumbrados a mirar nuestro propio ombligo que obviamos lo de fuera. Y en Latinoamérica iban a mil por hora cuando en España el rock apenas despegaba, por motivos dictatoriales obvios. Cada cual iba a la velocidad que podía.

Pero es que tantas veces nos han contado la historia del rock urbano español, de la Movida (¡qué hartazgo ya con la movida, por favor!) y todo eso, que parece que España era punta de lanza del rock en castellano. Pues bien: no es así. Y hay que recordarlo porque íbamos detrás. Y además, lo que pasaba en América era a lo bestia.

El desfile de caras que aportan sus palabras empieza por Gustavo Santaolalla, músico coproductor de la serie e hilo conductor en su labor de caza talentos y productor de muchos de los artistas (‘El gurú’ le llaman, con motivo fundado).

A partir de ahí, El Tri, Santiago Auserón, Javier Batiz, Andrés Calamaro, David Byrne, Charlie García, Cachorro López, León Gieco, Fher Olvera, Pablo Carbonell, Fito Páez, Juanes, Aterciopelados, Molotov, Julieta Venegas, Mon Laferte y más y más.

PRIMEROS AÑOS

Arranca el relato en los años cincuenta, con los grupos mexicanos que hacían covers de los yankis. A saber: Los Teen Tops, Locos del Ritmo, Rebeldes del rock y Los Camisas negras.

La locura se desata con los Beatles. No es pose el amor de Mafalda por los de Liverpool, no, es reflejo de una generación que lo flipó a partir de 1964. Así nacieron en Argentina imitadores de nivel como Los Shakers, Los Saicos, Los gatos salvajes o los Beatniks de Moris. Y fueron descubriendo que sí, que podían cantar en castellano.

Podría decirse que el reparto de tiempo por país es desigual, pues Argentina y México acaparan gran parte de la atención. De alguna manera iban a la par en los últimos sesenta y primeros setenta, cuando en el primero había literalmente persecución policial en los boliches de rock, y en el segundo se lio pardísima en el festival Avándaro de 1971, copia directa de Woodstock.

Es ese clima de represión el que hila con el Chile de Víctor Jara protestando contra Pinochet, y vuelve a tirar a la Argentina de Perón. «La música, sobre todo la alternativa, se nutre del contexto. Y si algo tiene Latinoamérica es contexto», resume Santaolalla en un momento de la serie.

A pesar de que el rock estaba prohibido, se las apañan para seguir adelante y especialmente interesantes son los hoyos funkies de México: sótanos clandestinos en los que se hacían los conciertos ilegales, con El Tri dando guerra ahí.

Leon Gieco cuenta cómo un militar argentino le apuntó con una pistola y le dijo que si volvía a cantar ‘Solo le pido a Dios’ le pegaba un tiro. De manera que a finales de los setenta muchos músicos emigran (Charly García a la cabeza, tras su descomunal éxito con Sui Generis).

AÑOS 80

Llega el punk y la new wave y en Argentina revientan Virus, Los Violadores o Sumo en medio del delirio de la guerra de las Malvinas, tras la cual triunfan Los Abuelos de la Nada (con Calamaro en sus filas en papel secundario).

En México los grupos de rock se hacen con un hueco en las teles por primera vez con Botellita de Jerez y siempre El Tri, «el Papa del rock en castellano», como le llama Andrés Calamaro, quien a su vez sentencia: «En cualquier país americano dices Gustavo o Soda y se ponen en pie».

Porque la parte de Soda Stereo nos recuerda lo grande que llegó a ser la banda comandada por Gustavo Cerati, la primera transversal en todo el continente y que, por lo que sea, en España siempre ha sido residual. Porque somos así de ajenos o, quizás incluso, soberbios, con ese toque de superioridad colonial tan paleto.

Porque es en los ochenta cuando los grupos españoles empiezan a arrasar allá. Los Toreros Muertos muchísimo, tal y como rememora Pablo Carbonell. Mecano, lógicamente. Y Radio Futura, con Santiago Auserón recordando su primer «encuentro brutal con ese encuentro que no tiene límites».

SUCESIÓN DE NOMBRES

Como os decía, la sucesión de nombres es inabarcable. Voy a enumerar algunos: Los enanitos verdes (Arg), Miguel Mateos (Arg), Caifanes (Mex), Fobia (Mex), Prisioneros (Chile)… y más y más.

Me venía anoche la reflexión de por qué estos países tienen todos su propia cabecera de Rolling Stone y España no. Es bastante obvio que es porque sienten lo suyo como muy suyo, porque sus artistas excavaron en el rock para hacerlo autóctono. Y por eso llevaron sus grupos a sus portadas. Cosa que no pasó aquí salvo contadas ocasiones.

Aparte de que en este documental se explica cómo las bandas trataban de llevar el rock a su propia esencia local. De ahí surgen bandas tan originales como Café Tacvba (Mex), Maldita vecindad (Mex) o Aterciopelados (Colombia).

De ahí surge el fenómeno Maná, la banda mexicana que más tickets vende en todo el mundo. Y es divertido ver a su vocalista entrando al juego de si son rock o son pop, saliendo por la tangente: «No sé si somos rock o pop, pero desde luego nos dejamos la vida en el camino».

El paso por Colombia lo conduce Juanes con su banda metalera Ekhymosis, en aquellos años en los que al tipo realmente le flipaba Metallica. Y luego viajamos a Chile para reivindicar la importancia comercial de La Ley, banda ajena al contexto porque iba a lo suyo y lo suyo lo hacía muy bien.

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Fito Páez recuerda su superventas ‘El amor después del amor’ (1992) y tienen su lugar también Los Rodríguez de Calamaro y Ariel Rot por su condición hispano-argentina. Ah, y el ‘Matador’ de Los Fabulosos Cadillacs, menudo pelotazo, ese sí que llegó ya hasta aquí bien duro. Ya por entonces llegaban muchos, claro.

Más sucesión de nombres: Los auténticos decadentes (Arg), Illya Kuryaki and the Valderramas (Arg, con el hijo de Spinetta), La Lupita (Mex) o el desmesurado poder de convocatoria de Los Redonditos de Ricota (Arg), a quienes siguen los ricoteros por estadios de todo el país.

Porque una cosa que me llama mucho la atención es que tocaban en estadios todo el rato, casi desde el principio. Porque la conexión y la identificación son siderales. Grupos locales llenando estadios en Argentina como si tal cosa, cosa que desde luego no pasaba en el rock español en los setenta ni los ochenta hasta que llegó ya el pop más comercial.

El recorrido es tan necesariamente apresurado por todo un continente que no cabe todo, pero se le da su justa importancia a la eclosión de los mexicanos Molotov, que vendieron dos millones de copias de ‘¿Dónde jugarán las niñas?’ (1997). Hasta en Rusia vendieron.

¿Queréis más grupos? Hay más grupos: Plastilina Mosh (Mex), Control Machete (Mex), Bersuit Vergarat (Arg), Los Piojos (Arg), Bomba Estéreo (Colombia)… y al fin Uruguay, con su época dorada gracias a La vela puerca, No te va gustar y Cuarteto de Nos.

No pueden faltar los mexicanos Zoe, algo así como dioses en su país y que en España no triunfan por mucho que se vengan de teloneros de Vetusta Morla. Estos regionalismos me parecen interesantísimos e indescifrables y, al mismo tiempo, me dan esperanza porque el globalismo es abrumador también. Viva la diferencia.

FUTURO DEL ROCK

En el tramo final cobran importancia Calle 13 (Puerto Rico, con Residente al habla en el documental), Julieta Venegas (Mex) y Mon Laferte (Chile). Con reivindicación de la mujer como el único futuro posible del rock.

Un rock que nunca va a morir, según Calamaro, porque en «cada ciudad hay chicos que quieren sonar como los Ramones». Para Gustavo Santaolalla, estamos en un «momento de hibernación rockera». Bueno, a saber, ¿no? Tampoco es eso lo importante.

Lo importante es que ahora necesito escuchar a todas y cada una de estas bandas sin parar. Así en bucle, hasta que me echen de casa por brasas. De la misma manera compulsiva que he visto la miniserie, ahora escucho todo lo que he visto.

Y para empezar, por cierto, ya hay playlist oficial en Spotify, claro. Hay que aprovechar este momento de exaltación. Vamos allá, porque son más de siete horas. Pocas me parecen, aunque son un punto de partida ideal.

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