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Nos persiguen canciones

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Es tardísimo. Todo está mal porque te has portado mal y el mal es lo que mereces. Te van a perseguir las canciones. Puedes escapar de los agentes del bien, pero no de las canciones. Nadie puede. Solo podrías creer que escapas si las compartes con alguien en tu sintonía. Ni así.

Somos las canciones que escuchamos creciendo. Cuando cumplir años era crecer y no envejecer. Les pedimos a nuestros hijos que no crezcan porque creemos que todavía no tienen las canciones adecuadas. Cruza sin mirar, haz lo que quieras, pero tienes que tener tus canciones muy claras.

Estás en un bar totalmente random. Y suena una de tus canciones (que ya, que la foto no es de One). Y se te ponen las orejas de punta. Se detiene el tiempo. Tienes que tener las canciones muy claras. Solo así puedes sobrevivir y cruzar sin mirar. La vida es equilibrismo pop.

Nos persiguen canciones. Unas mejores, otras peores, todas disparan a matar y no llevamos chalecos antibalas. Las escuchas en los taxis, las ves en las caras de la gente que te cruzas con camisetas roídas como las tuyas. Pertenecemos a un segundo concreto de una canción.

No a una entera, no. Qué ordinariez. A un instante en particular. Es cuando la hemorragia interna brota. Es ahí donde estás aunque no estés. Esa es tu casa. Es complicado que ocurra cuando tienes una edad porque ya no caben más heridas. Pero puede suceder. Ojalá te suceda y nos guiñemos.

Nos persiguen canciones. De amor, de vida, de odio y defunción. Nos van a perseguir hasta el fin del mundo y de los días. Echar horas y horas hablando de ellas sin necesidad de escucharlas, porque siempre están sonando. No me enterréis, ni tiréis mis cenizas al mar: rallad vinilos con lo que quede de mí para que nadie más los pueda escuchar.

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