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Kitai: el rock en tu puta cara

Crónicas

Se te queda cierta sonrisa vertical de pillo cuando Kitai te pintan el rock en la cara. No pasa tantas veces. Anda que no hay conciertos que llamamos de rock que son solo una letanía de clichés vacuos que vemos por pantallas de vídeo de ultra definición sin alma. La mismísima nada a 100 pavos en el mejor de los casos.

Pero no funciona así. Nunca nada funciona como te dicen que funciona. Pretenden que olvidemos ese instante de bajar las escaleras de un club –El Sótano, entre La Latina y Cascorro, en este caso- para asistir a un concierto con otros doscientos o trescientos de los nuestros. El rock es militancia superlativa. Y Kitai son el rock en tu puta cara.

Su último disco se titula, con toda la intención, ‘No somos tu banda de pop’, aunque, jocosamente, hay mucho pop en su rock en tu cara. Porque te pintan la cara si piensas que hacen pop, te pintan la cara si te crees que lo sabes todo de rock. No tienes salida, en definitiva.

Son Kitai un vendaval que gana en las distancias cortas. Siempre ha sido así, porque son un grupo de verdad. Donde todos se esconden, ellos se muestran. No soy de toros, pero me suena algo de un tal José Tomás. Así les veo yo. Cuanto más bravo es el toro más batalla quiere esta banda que sabe que, reiteremos, gana en el cara a cara.

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No son los hijos de Lydia Bosch y menudo desastre seria ese porque serian un coñazo. ‘Pero sí, pero no’, ‘A bocajarro’, ‘KFC’, esa ‘Hay un sueño’ que desde el primer día supimos que era tan My Chemical Romance. ‘Cometa Halley’ es tan contagiosa como su estela en llamas. Y un jitazo pop, por cierto.

Están consiguiendo convencernos de que el rock en vivo tiene que vivirse a través de pantallas gigantes. Y diréis, pero, de qué vas, si eso ya lo sabemos desde hace cuarenta años y caemos todos. Pues no. Opino que realmente lo están consiguiendo ahora que de verdad nos cobran medio hígado por cada entrada de esas. Ahora que el gran rock de estadio es literalmente la lucha de clases.

Ahí emergen los obreros del rock. Porque lo sabrán o no, que lo saben de sobra, pero Kitai va contra eso cuando se emplea con sus debilidades y fortalezas en el cuerpo a cuerpo de una batalla a un escalón de distancia. Esa es la sonrisa de un público que se siente noqueado pero baila sonriendo, cerveza en mano disimulando. Porque se sabe ganado y disfruta en su reconocida derrota.

Cuando no sepas muy bien qué está pasando contigo en la vida, mira a Kitai a los ojos y siente su determinación. Ojalá la lleves tú también dentro en lo que quiera que hagas. Ojalá tengas cinco años y Kitai sean la banda soñada de tu vida y la tengas delante en este preciso instante y la puedas cantar, bailar y dormir a pierna suelta.

Amando a una banda de rock se puede gobernar el mundo. Desde la ‘Riviera maya’ o ‘Borracho de amor’ o ambas cosas al mismo tiempo. No creo que haya nada parecido al contacto visual con un cantante en un concierto de rock. Es en ese preciso instante cuando la criptonita que llevas dentro se convierte para todos los demás en impenetrable dinamita.

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