El día después de todo siempre es una mierda. Pero recuerdo, muy en particular, aquella vez que fuimos todos a ver a U2 en Dublín en 2009. La gira 360 de ‘la garra’. Joder, lo pasamos tan bien por Temple Bar haciendo el cabrito. El concierto fue normal, casi lo de menos, confesaré. Pero aquellas calles irlandesas, la Guinness a espuertas. Un sueño, un parque de atracciones. Disneylandia para talibonos, como siempre digo.
Pero la mañana siguiente. Pardiez. Qué tristeza. No era alegre tristeza, como canta Second, no. Era pena. Luto, diría yo. Toda la euforia del sábado se transformó en un domingo de mierda como he tenido pocos. Encima, empezábamos con que si yo me voy a las dos, yo a las cuatro. Tuve la mala fortuna de irme el último, como a las siete o así. Me dejaron solo los hijos de puta contra el cielo impertinente gris de Dublín. Bajón.
Pasa muchas veces, ¿verdad? Te tiras meses esperando un concierto. Bueno, antes no era exactamente así, porque ahora te obligan a comprar un año antes, pero ya había anticipación cuando yo sentía las cosquillitas por ahí abajo muy fuerte. Todo era esperar. Como decíamos en Europa Press, no era tanto follar, como subir las escaleras antes de follar. En realidad eran esos escalones los que molaban. La anticipación del momento.
Pero vamos, que lo que pasa es que oye, anoche gustó Yungblud. Y me parece muy guay porque tengo una cierta edad, 46 en particular, y me hizo recordar los motivos correctos. Mucha gente joven, gritos y gritos y aullidos. Y ahora, fíjate, no estoy triste, pero es domingo y añoro el sábado. Un domingo que no echa de menos su sábado es un domingo especialmente triste. Es un puto lunes. Hay que quemar más contenedores los sábados. Y vivir, como decía el poeta, un amor que sea eternamente viernes.
Un concierto es un viernes eterno o no es. Quema todas las putísimas naves, amigo, puede que una bala perdida se te lleve por delante a la salida. Los días más tristes de mi vida son, han sido y serán mañanas después de grandes conciertos. U2, por favor, siempre. Los Guns. Bunbury. Yo qué sé, cada cual tiene sus nombres. Es peña que pasa por tu vida como el fantasma de ‘Ghost’: te atraviesa y no lo sabes, pero te tambaleas. Tiemblas. Pierdes todas las certezas que suponías.
Un concierto es celebrar la vida por la noche y retumbar por la mañana. Imágenes, ecos. «Fue el mejor concierto de mi vida pero no me acuerdo de nada» es de mis frases favoritas. Me representa. Siento mucha pena también la mañana después de Bruce Springsteen. Esta es muy particular, porque me siento solo. Muy solo. En la putísima cima del mundo, pero sabiendo que no hay pie a tierra que me salve de despeñarme. Y, claro, me estrello como un ángel contra el suelo intentando abrazar el mundo. Pum. Luto.