Enrique Bunbury en el Movistar Arena con el Huracán Ambulante en 2025

Bunbury reescribe la historia del Huracán Ambulante para darle el final feliz que merecía

Crónicas

Decía Wilko Johnson al final de su vida, entre risas, que pasaba vergüenza volviendo a tocar a aquellos lugares de los que ya se había despedido con lágrimas en su visita anterior, cuando los médicos lo desahuciaron con excesiva premura. Nadie dio por amortizado a Enrique Bunbury pero fue él mismo el que anunció, de forma algo melodramática y precipitada, que su carrera en directo había terminado; así que alguna media sonrisa jocosa sí se nos escapa cuando volvemos a verlo sobre las tablas.

La contrapartida es que cada una de esas apariciones se siente ahora como tiempo regalado (sin serlo, en realidad). Y qué gran efecto tiene eso en el ánimo del público y de los artistas sobre el escenario. La reaparición de Bunbury en Madrid del año pasado fue uno de los mejores conciertos que un servidor haya visto del artista aragonés, pletórico de voz y energía. El listón estaba muy alto para volver a superarlo apenas quince meses después y seguramente el propio Enrique lo sabía.

Todas las fotos son de Anna García.
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¿Qué podía hacer esta nueva cita aún más especial que aquella primera post-pandémica? La vuelta del Huracán Ambulante, la troupe que acompañó a Bunbury en estudio y en directo durante sus primeros años de carrera en solitario y cuya trayectoria tuvo un final abrupto cuando Enrique se marchó del escenario a los veinte minutos en el ya infame concierto de 2005 de Zuera, Zaragoza (como lleva el espectáculo en la sangre, lo hizo precisamente durante la interpretación de «Sácame de aquí»).

Las entradas, pues, volaron hacia el segundo sold-out consecutivo de Bunbury en la capital de España, algo no tan frecuente de ver en sus conciertos en la década pasada. No perjudicó nada que el último disco del cantante, Cuentas pendientes, resultara ser uno de sus mejores y que su estilo musical se adaptara como un guante a la reaparición del Huracán Ambulante. Para subrayar esta idea, el repertorio de la gira se configuró casi exclusivamente con temas de la época de aquella banda y con cuatro cortes del nuevo elepé. Como representación de la carrera en solitario de Enrique Bunbury, el recital deja un vacío de casi dos décadas, pero como espectáculo conceptual, la idea es irreprochable.

Todas las fotos son de Anna García.

La expectación es algo abstracto

La expectación es algo abstracto que no puede cuantificarse numéricamente, pero el asistente habitual a conciertos sabe detectarla a su alrededor cuando sucede. El concierto de Bunbury de anoche generaba una excitación en su público que se percibía en las terrazas y los bares aledaños del Movistar Arena. Vendedores de camisetas «alegales» competían con el puesto de merchandising oficial instalado en la fachada del pabellón. Muchos asistentes no precisaban de sus servicios porque ya traían sus propias prendas de giras anteriores. Algún nostálgico se remontaba incluso a la era de Héroes del Silencio, confiando en que cayera un «Maldito duende» o un «Entre dos tierras». Pero no, ayer no tocaba.

En las pantallas en el interior del recinto continuaba el intento de aprovechar el ímpetu de los fans para vendernos más productos relacionados con Bunbury, como su tercer poemario a publicar en octubre. Un concepto muy de estrella internacional, que es lo que Enrique siempre ha aspirado a ser y, de hecho, ha acabado siendo. Todo en la organización del evento transmitía hechuras de globalidad, como la voz pregrabada que nos advertía, un minuto antes de apagarse las luces, que disfrutáramos del show sin estar atados a nuestros «celulares«.

Todas las fotos son de Anna García.

El público rugió porque tenía hambre

A las nueve en punto, cayeron las luces y el público rugió como solo lo hace cuando de verdad tiene hambre de ver a ese artista. La banda se desplegó por el escenario e interpretaron el instrumental «Otto e Mezzo», el mismo con el que abrían sus espectáculos en la época del ‘Freak Show‘. Ya no estábamos bajo una carpa de circo, pero enormes telones rojos nos devolvían al ambiente circense y cabaretero de aquellos discos. Cuando escuchas a quince mil personas tararear con frenesí una melodía de Nino Rota, sabes que la noche va a ser de las buenas.

Y salió Bunbury. Su voz inmaculada y sus vaivenes por el escenario hacen difícil creer que estemos viendo a alguien cerca ya de los sesenta. Quizá no sea tan escuálido como hace dos décadas pero, a grandes rasgos, parece el mismo hombre de entonces. Como buena estrella, tiene detalles de coquetería como impedir que le hagan primeros planos en la realización de las pantallas o no quitarse las gafas hasta que los fotógrafos de prensa se han marchado del foso. Pero no trata Enrique de esconder que se ha hecho mayor: de hecho, hoy es quien quería ser cuando grababa aquellas canciones a principios de este siglo.

Todas las fotos son de Anna García.

El Huracán Ambulante de Bunbury

Teníamos la sensación, en 2002, en 2004, de que Enrique Bunbury estaba interpretando a alguien más vivido que él sobre el escenario. Por los paisajes sonoros, por las temáticas, por la iconografía de sus discos y sus giras. Lo hacía muy bien pero, le gustara o no, seguía siendo un treintañero. Ahora puede cantar con más convicción una frase como «yo sigo igual, sigo tal cual, quizás desmejorado«, sin tener que ponerse en la piel de aquel Raphael para el que la compuso (que en aquel entonces tenía casi la misma edad que Enrique hoy). Podemos decir que todas aquellas canciones han ganado poso, han envejecido bien; así que arrancar el concierto con «El club de los imposibles», «De mayor», «El extranjero» y la mencionada «Desmejorado» es tener el combate ganado desde el primer asalto.

Todas las fotos son de Anna García.

«¡El Huracán Ambulante, presente!», gritó Enrique, y la gente aclamó a los músicos, que tuvieron su notable cuota de protagonismo en las pantallas laterales. Esos LED de gran tamaño y excelente definición, pensados quizá para los estadios sudamericanos en los que la banda ha actuado este año, determinaban la colocación de los line arrays (las torres verticales de altavoces) a uno y otro lado, con más distancia de la deseable entre ellos. Es difícil saber si esto influyó, pero el sonido, al menos en pista, resultó empastado durante los temas más estruendosos y no acabó de corregirse durante las dos horas de concierto. Una pena, considerando el talento y el esfuerzo que los músicos invertían en la interpretación de cada tema. Enrique preguntó a los espectadores de la lejana grada de la calle Goya cómo lo estaban escuchando y estos, claro, no pudieron hacer mucho más que jalear, aunque la respuesta hubiera requerido de más matices.

Todas las fotos son de Anna García.

La gente ha venido a cantar

Pero la gente había venido a cantar y eso hicieron, incluso, en los temas más recientes como «Te puedes a todo acostumbrar» o «Las chingadas ganas de llorar». Azuzaba Enrique con sus trucos escénicos de siempre, aún efectivos, y con posturas imposibles que su sastre habrá tenido que prever a la hora de confeccionar sus elásticos y coloridos trajes.

El Huracán Ambulante seguía haciendo lo suyo con precisión, aunque los dos meses transcurridos desde el último concierto se percibieron en la entrada en falso de «Alaska» y en el traspiés en «Sí», donde alguien se perdió en la algarabía de la canción, aunque quizá ni ellos mismos supieran decir quién. En todo caso, papeletas bien resueltas que hasta añaden un valor en estos tiempos en los que normalizamos directos con música pregrabada.

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Siempre apuesta por el rocanrol

Acabaron en alto el bloque principal con la concatenación de «Apuesta por el rock n’ roll», «Sí», «Sácame de aquí», «Enganchado a ti» y «Lady Blue», con el público madrileño desgañitado. Hora y media exacta había pasado cuando se bajaron por primera vez del escenario, recordándonos que este es un espectáculo ejecutado con precisión quirúrgica. A la vuelta, Enrique, provocador, le dijo al público: «Los veo cansados, sinceramente«, consiguiendo la reacción airada que esperaba.

Todas las fotos son de Anna García.

«Parecemos tontos» ganó energía con respecto a su versión grabada y pasó, por ello, de un lamento resignado a un grito combativo. Siguió el baile con «Serpiente» y el karaoke colectivo con la épica versión de «El jinete» de José Alfredo Jiménez. Cuando ya creíamos que llegaba el cierre, sorpresivamente reapareció, tras veinte años sin ser interpretada por el Huracán Ambulante, «El aragonés errante«. Nadie la esperaba, pero a mí me hizo particularmente feliz porque llevo toda la semana tarareándola, a saber por qué.

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Y al final

Y al final, «…Y al final». En las pantallas giraba un lento carrusel a punto de pararse, bella metáfora visual mientras Enrique cantaba lo de «sigue dando vueltas si aguantas de pie«. Terminó el tema y las caras de los músicos no escondían su satisfacción durante el saludo final: tenían al pabellón entero en sus manos. Por el hilo musical sonaba «Stand by me» y todos la aclamaban como un tema más del concierto, entusiasmados, como si sintieran que ambos, intérpretes y espectadores, habían contribuido a elevar el espectáculo hasta hacerlo flotar en las alturas del palacio.

¿Habrá más Huracán Ambulante en el futuro? Es difícil saberlo. Los Santos Inocentes esperan en su hiato (el baterista Ramón Gacías y el guitarrista Jordi Mena son los únicos que han pisado ambas bandas) y quizá estén en el futuro próximo de Bunbury, o no. Puede que ni Enrique lo sepa. Lo que es seguro es que quedan muchas giras del aragonés errante por venir.

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