Emparedada entre la última jornada del Mad Cool y el primero de los dos conciertos de AC/DC en el Metropolitano, la primera visita a Madrid (y a España) de la norteamericana Brandi Carlile solo fue capaz de convocar al 60% del aforo del Botánico en la noche del sábado. Económicamente, la velada a duras penas fue rentable (pues ni siquiera la gente se lanzaba a las barras a por bebida, dada la excelente temperatura), pero los que asistieron pudieron disfrutar de una noche en la que todo se conjuró para salir perfecto: talento sobre el escenario, público participativo pero respetuoso, recinto encantador y sonido prístino. Un póquer de ases que ninguno de los otros macroconciertos logró anoche.
Cuando un artista anglosajón no es tan conocido en España, el público asistente a su concierto es, en su mayoría, de su país de origen. Ayer se escuchaba tanto inglés como castellano dentro del recinto de Ciudad Universitaria; cosa que Noches del Botánico busca activamente, y ahí están los avisos bilingües por megafonía («the show will start in five minutes») para demostrarlo.

Nada que objetar, aunque a veces uno cree haber viajado a otro país cuando comprueba con qué civismo la gente hace cola para acceder al puesto de merchandising a las ocho y media de la tarde. En la España que conocimos, lo de intentar pillar una camiseta de tu artista favorito se parecía mucho a la subasta del pescado en la lonja. Que no se me malinterprete: no estoy a favor de lo malo conocido. Pero el progreso, a veces, desconcierta.
A Noches del Botánico le gusta jugar al despiste en los horarios de los espectáculos, y el recital de la telonera Audrey McGraw empezó media hora más tarde de lo anunciado esa misma mañana en redes sociales. Hija de dos populares cantantes country, Faith Hill y Tim McGraw, con solo 23 años de edad y sin disco publicado, McGraw lo tiene todo para despertar las suspicacias del auditorio por sospechas de que su puesto de telonera de Brandi Carlile se lo ha ganado por nepobaby.
Bastó una sola canción para cambiar esa percepción en las mentes del millar de personas que llegaron a tiempo a su show. Su vozarrón grave transmite haber vivido mucho más que sus dos décadas en la Tierra; y sus canciones propias llegan desprovistas del artificio que rodea a las de otros artistas de su edad.

Acompañada por un guitarrista y con frecuencia sentada al teclado (asegura componer al piano sus canciones), captó la atención de todos con una versión de «I am… I said» de Neil Diamond. Y un rato después, logró el silencio más respetuoso que yo haya escuchado nunca en la actuación de un telonero con su interpretación de… ¡»Cucurrucucú Paloma»!, que McGraw aseguró conocer gracias a su novio mexicano, el actor Manuel García Rulfo.
Su vestido blanco de encaje la hacía parecer el espectro del ático en una película de fantasmas de Amenábar o Bayona, pero supo reírse de ello contándonos lo mucho que había incordiado a todos en el backstage preguntándoles si se había excedido con el vestuario. «¿Parezco una princesa?», nos decía entre risas. Su modestia y sus ganas de agradar, confesando incluso lo nerviosa que estaba, funcionaron bien para ganarse a un público que de todos modos aplaudió su música por lo que vale. Sus temas «Thunder» o «I feel beatiful when I cry» arrancaron buenas ovaciones. El disco de debut de Audrey McGraw saldrá a finales de año. Tras las buenas sensaciones de su corta actuación de ayer, habrá que prestarle más atención.
La media hora de espera entre Audrey McGraw y Brandi Carlile se amenizó con un hilo musical nada casual de voces femeninas con poderío: Cyndi Lauper y su «Girls just want to have fun», Miley Cyrus con su versión de «Jolene» de Dolly Parton… Y exactamente a las diez de la noche salió a la carrera Brandi Carlile, sonriente y sin ceremonias. La seguían los guitarristas Tim y Phil Hanseroth, que llevan un cuarto de siglo colaborando con Carlile.
«Nice to meet you, Madrid!», exclamó Brandi antes de que los hermanos gemelos Hanseroth y ella se lanzaran con sus guitarras acústicas a interpretar «Raise hell», el tema de apertura. Sonaban poderosos y el sonido acompañaba. La preciosa voz rasgada de la cantante retumbó por el Jardín Botánico con una potencia tal que la escucharon hasta la familia de patos del estanque.

Antes de presentar el segundo tema, «The things I regret», Carlile aseguró que una de las cosas que lamentaba era haber tardado tanto en tocar en España. «¿Podéis creer que es mi primera vez en Madrid?». Parecía sinceramente admirada del entorno y del entusiasmo del público, lo que le hizo dorarnos la píldora entre canción y canción un poco más de lo necesario. Pero, aparentemente, de corazón. También lanzó tantas púas de guitarra al público como temas interpretó; es posible que algún espectador se llevara a casa media docena de ellas como souvenir.
Contaba Sidney Lumet que en una ocasión se enfadó con el montador de sonido de una película porque este había metido el zumbido de una mosca en una escena para la que el director le había exigido que no hubiera sonido alguno. «Sidney, si puedes escuchar pasar a una mosca, eso es que hay un silencio sepulcral», le respondió el técnico. Me acordé de esta anécdota anoche porque el público era atento y respetuoso, involucrado en el concierto… y su silencio en los temas más sutiles hacía que los cuatro gilipollas de siempre destacaran más. No fluctúa el porcentaje de espectadores que va a un concierto a dar por culo a sus congéneres. Ayer eran pocos, y poco representativos, pero molestos como suelen. Afortunadamente, la pista estaba tan holgada que podías escapar de esta ralea (quizá sean bellísimas personas en otros aspectos de su vida, pero de empatía y educación van muy justos).
El rasgueo de guitarras acústicas y las triples armonías vocales de Carlile y los hermanos Hanseroth (vivieron los tres juntos en la veintena, algo que ella dudó en contarnos «porque pensaréis que todos los americanos vivimos en plan secta») se acercaban ya a una cierta monotonía cuando, a los 50 minutos de concierto, subieron a escena las SistaStrings. Las hermanas Monique y Chauntee Ross, chelista y violinista, respectivamente, le dieron con sus cuerdas un nuevo y agradecido color a las canciones de Carlile, empezando por la conmovedora «The mother». Las SistaStrings son, además, excelentes coristas, así que se unieron a las otras tres voces en más de un tema.
Brandi Carlile nos contó que Elton John era uno de sus héroes de niñez y que llegó a pensar que era un ángel. Después de conocerlo, afirmó Carlile, siguió pensando que era un ángel, «pero uno complicado». Del disco conjunto que publicaron la pasada primavera interpretó el single «Who believes in angels?». Como era de esperar, Elton no compareció para cantarlo con ella.
Se despidieron por primera vez a los 80 minutos tras un delicado cover de «A case of you» de Joni Mitchell. Siguió un interludio con las SistaStrings en el que Chauntee le dio tanta caña a su violín que acabó haciendo saltar alguna cuerda de su arco. Ella y su hermana Monique recibieron una de las mayores ovaciones de la noche, curiosamente sin Carlile presente. Brandi invitó de vuelta a Audrey McGraw para cantar juntas una versión de «Unchained melody» tan lenta que hizo que la original pareciera de los Ramones. La cabeza de cartel dejó espacio para brillar a la telonera de forma generosa y sensata, pues la voz de McGraw se lo comió todo.
Terminó la velada con una versión de «Forever young» de Alphaville, con Carlile sola al piano. El público aplaudió con ganas y Carlile prometió que no tardaría en volver a España. Confiemos en que festivales y macroconciertos no vuelvan a engullir su próximo recital porque, visto lo de anoche, Brandi Carlile tiene un público español potencial mucho más amplio que el que acudió al Botánico. Aunque esos 2500 espectadores presumirán durante años de haber estado en aquel primer concierto redondo en nuestro país.