AC/DC en el Estadio Metropolitano de Madrid el 16 de julio de 2025

AC/DC en el Metropolitano: La Capilla Sixtina del rock en llamas

Crónicas

Nunca vuelvas al lugar donde fuiste feliz. Salvo si es AC/DC. En ese caso, vuelve todas las veces que puedas. ¡Es ley de vida esta! Ahí sí. Ahí se vuelve. Y nunca te pongas la camiseta del grupo al que vas a ver en directo. Salvo si es AC/DC. En ese caso, ponte todas las que tengas, una encima de otra. ¡Es otra ley de vida esta! Ahí sí, ahí te la pones y la sacas a pasear para lucirla con orgullo y hacer comunidad. Porque es ya llegar a los aledaños del Metropolitano, ver todos esos pechos palomos de ellos y de ellas luciendo las letras de AC/DC y sentirte parte de algo. Te renta.

Es algo así como euforia preventiva mientras todo el mundo brinda obviando la solana. José Ey, que vino el sábado al primero de los dos conciertos aquí, me pide que le compre una camiseta que ha visto que tiene todas las fechas de los conciertos que ha dado AC/DC en Madrid desde 1981 hasta hoy. Se la compro. Me la pongo encima de la que llevo. Y procedemos a sentirnos mayores pero críos señalando las fechas: sile, nole, sile, ese año fui a Sevilla, aquel otro a Lisboa con Axl Rose. Fuimos felices y por eso volvemos con la determinación de volver a serlo.

AC/DC en el Metropolitano

Con la confianza ciega, más bien, porque ya sabemos, sí, lo sabemos, que Angus Young tiene 70 y Brian Johnson 77. Que se dice pronto pero lo que debe pesar eso. Ahora lo comentaremos, pero arranca la velada con ‘If you want blood (you’ve got it), que es la canción con la que ya hacía yo air guitar allá por los primerísimos ochenta apenas manteniéndome en pie. Ah, la via era esto. Uno acude a AC/DC porque es la llamada de la selva. Bienvenidos a la jungla buena. El público en la pista está desquiciado, enajeado, encabritado. Semejante energía, Dios santo. ‘Back in black’ es la segunda. Sin atajos. Al carajo.

‘Demon fire’. ‘Shot down in flames’. No le llegan los deditos a Angus para clavar ‘Thunderstruck’, va más lento y toca algunos trastes que no son. No es que dé igual, porque el personal ha pagado una pasta gansa, pero da un poquito igual. Se me entienda: uno no acude a AC/DC con intención de ponerse la mano en el mentón y fumar en pipa haciéndose el crítico musical. Uno acude a AC/DC a vengarse de sí mismo, a saberse falible y corromperse aullando. ¿El sonido me preguntas? En grada en el Metropolitano siempre regular tirando a mal, peor cuanto más alto (me dicen por pinganillo). En la pista, altísimo y algo saturado, pero es que así lo queremos acá abajo. Queremos morir matando.

Para leer más

‘Have a drink on me’. En ‘Hells bells’ empieza la parafernalia que es casa con la aparición de la campana, aunque Brian ya no se columpie. Da cosita, efectivamente, ver al cantante pasarlas reguleras para llegar a las notas altas a las que apenas llega y para lanzar los fraseos más veloces. Pero se esfuerza, sonríe todo el rato, abre los brazos como pidiendo disculpas y recibe un mar de brazos en alto por respuesta. Estibador tabernario, rutilantemente carismático, como antaño, ergo, eterno mientras está sobre el escenario. Y lanza un sonoro beso: «Muah!» Angus tampoco corretea como el colegial que ya no es aunque queremos que sea (y lo será en nuestras cabezas), pero va de aquí para allá con la cadencia al caminar que solo él tiene aferrado a su Gibson SG milenaria. Riff aquí, raff allá, tremenda andanada.

‘Shot in the dark’, ‘Stiff upper lip’ y de repente, aquí, antes de la mitad, ‘Highway to Hell’. ¿Para qué esperar más? Antes los conciertos de AC/DC eran combustión pura durante dos horas. Ahora no es así por pura lógica humana, pero sigue habiendo ocasiones en los que el estadio estalla. De júbilo, de vida, de cerveza derramada, de recuerdos pasados que se hacen carne en el presente continuo que es esta noche. El Metropolitano estalla con AC/DC al menos una decena de veces, pero principalmente con ‘Highway to Hell’. Hago que voy al baño por la escalera lateral solo para filmaros. 55.000 personas al unísono, empujando. La comunión total, puro rock que no se puede explicar con palabras, hay que sentirlo en el pecho.

La Capilla Sixtina del rock en llamas

¿Cómo va a bajar la excitación conjunta de tanta gente? Ya no es posible. ‘Shoot to thrill’. ‘Sin city’. ‘Giving the dog a bone’. ‘Dirty deeds done dirty cheap’. Está un poco desconchada y agrietada, pero resiste, es como estar viendo la Capilla Sixtina del rock en llamas. En una obra de arte como concepto y como tal se disfruta. Los focos y las grandes pantallas de altísima definición magnifican el evento, retransmiten la pequeña gran mentira que siempre es el escenario, que no es otra cosa, a su vez, que el reflejo de lo que nosotros queremos ver. Por eso es como allá arriba no pasara nunca el tiempo, como si solo envejeciéramos nosotros.

Si te fijas se ven las costuras, claro, pero es complicado enfocar mientras Angus Young irradia electricidad de semejante manera. La de enchufes que ha chupado este chico. Solo eso lo explica. La electrocución sin toma de tierra, a puerta gayola. Alto voltaje. Y, de hecho, se suceden dos de los temas más fotovoltaicos del repertorio de AC/DC: ‘High voltage’ y ‘Riff raff’. Momento para fijarse en los que nadie se fija: Stevie Young (que no es ni será ni quiere ser Malcolm, a quien se añora todo el rato), Matt Laug (baterista de indudable pegada que tampoco tiene el groove de Phil Rudd, a quien se añora todo el rato) y Chris Chaney (que puede ser todo lo bueno que sea y es, que aporta empaque indudable al montante, pero no le da lo mismo que le daba Cliff Williams, a quien, claro se añora todo el rato).

No pensábamos ver a AC/DC convertidos en algo así como un dúo, pero en esencia es lo que es para el común de los mortales aquí presente. Y tampoco parece importarle una mierda mientras ensancha el alma entonando ‘You shook me all night long’ y siente dentro la velocidad que ‘Whole Lotta Rosie’ (sin muñeca hinchable, pero con ella en la pantalla). Porque el público, muy mayoritariamente, se ha congregado aquí este 16 de julio de 2025 para ver a Angus Young electrocutarse a sí mismo en esa orgía guitarrera que es ‘Let there be rock’, con su solo infinito, su plataforma elevada y todo ese confeti que siempre es sinónimo de jolgorio. Descamisado, el dedito arriba, la melena tan blanca, la mirada perdida, la Gibson ardiendo, el gentío enardecido.

Dinamita. ‘T.N.T.’ y los cañonazos de ‘For those about to rock (we salute you)’. Dame lumbre. Fuego en el careto, flama en el alma, el ardor del guerrero. Pum. Pum. Y pum. Dos horas y una veintena de canciones después esto se acaba. ¿Habrá sido la última? Antes de empezar, ese convencimiento era compartido. Antes de acabar, pareciera que ya han aflorado las primeras dudas. Que sea lo que tenga que ser. AC/DC o muerte. Larga vida a AC/DC.

SIGUE A MERCADEO POP EN

Tagged